Joseph Aspdin y James Parker patentaron en 1824 el Portland
Cement, obtenido de caliza arcillosa y carbón calcinados a alta temperatura
–denominado así por su color gris verdoso oscuro, muy similar a la piedra de la
isla de Pórtland. Isaac Johnson obtiene en 1845 el prototipo del cemento
moderno elaborado de una mezcla de caliza y arcilla calcinada a alta
temperatura, hasta la formación del clinker; el proceso de industrialización y
la introducción de hornos rotatorios propiciaron su uso para gran variedad de
aplicaciones, hacia finales del siglo XIX.
El hormigón, por sus características pétreas, soporta bien
esfuerzos de compresión, pero se fisura con otros tipos de solicitaciones
(flexión, tracción, torsión, cortante); la inclusión de varillas metálicas que
soportaran dichos esfuerzos propició optimizar sus características y su empleo
generalizado en múltiples obras de ingeniería y arquitectura.
La invención del hormigón armado se suele atribuir al
constructor William Wilkinson, quien solicitó en 1854 la patente de un sistema
que incluía armaduras de hierro para «la mejora de la construcción de
viviendas, almacenes y otros edificios resistentes al fuego». El francés Joseph
Monier patentó varios métodos en la década de 1860, pero fue François
Hennebique quien ideó un sistema convincente de hormigón armado, patentado en
1892, que utilizó en la construcción de una fábrica de hilados en Tourcoing,
Lille, en 1895. Hennebique y sus contemporáneos basaban el diseño de sus
patentes en resultados experimentales, mediante pruebas de carga; los primeros
aportes teóricos los realizan prestigiosos investigadores alemanes, tales como
Wilhelm Ritter, quien desarrolla en 1899 la teoría del «Reticulado de
Ritter-Mörsch». Los estudios teóricos fundamentales se gestarán en el siglo XX.
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